Cada estación del año tiene su propio color.
El invierno, es del blanco de los copos de nieve.
La primavera siempre se viste con el verde de la hierba y de las hojas que brotan.
En verano todo es amarillo iluminado por los rayos de sol, y el otoño se llena de marrón con las hojas de los árboles que empiezan a caer.
Lo mismo le pasa a la coqueta vid.
Va vistiendo distintos colores a lo largo de los meses, hasta llegar a sus favoritos: el rojo y el dorado de los racimos maduros que nos regalará en época de vendimia.
Así, al marrón que la cepa luce durante todo el invierno, se une el verde, cuando en abril y mayo, las hojas empiezan a nacer.
Tímidamente, en junio, el blanco de sus minúsculas flores hará compañia a la vid durante unos días, para pasar a un verde intenso cuando empiezan a brotar sus esperados frutos.
Y llegará julio y agosto, y será entonces, cuando la coqueta vid escoja el color definitivo con el que vestir sus racimos. Es la época del envero, y del verde intenso, las uvas pasarán al rojo claro que se irá oscureciendo si son tintas, o al amarillo, si non blancas.
Y luciendo estos colores, los presumidos racimos esperarán pacientes hasta ser recogidos.
Será entonces, cuando ufanos y orgullosos nos mostrarán sus mejores galas, y se convertirán en los protagonistas indiscutibles de una gran fiesta: «la fiesta de la vendimia»